domingo, 17 de junio de 2012

La Ayudantía

Fui ayudante del ramo de inglés durante casi 3 años en la universidad. Más por trayectoria que por logros académicos había logrado alcanzar el puesto de coordinación del área y tenía a mi cargo alrededor de 5 personas muy profesionales.

La iniciativa del curso era poder reforzar los conocimientos de la clase con un software computacional que tenía una serie de ejercicio de Listening, Grammar, Writting y Speaking. cada clase duraba una hora y los alumnos debían trabajar en silencio en sus computadores. No faltaban los rebeldes que en vez de trabajar en el software ingresaban a páginas de internet, chat, mails, etc. Para nuestra fortuna y en pro del orden y de cumplir con los horarios de trabajo, contábamos con un programa instalado en el computador principal que informaba respecto de lo que estaba haciendo cada uno de los alumnos, por lo que automáticamente sabíamos si alguien estaba haciendo algo indebido.

Muchas veces me tocó llamar la atención de algunos alumnos que no trabajaban en inglés, conversaban mucho, comían en clases y hasta contestaban su celular dentro de la sala. Ese tipo de situaciones ocurrían todos los días e incluso personas insistían en realizarlas semana a semana. El verdadero problema se producía cuando al final del semestre llegaba por medio de sus profesores y confeccionado por mí, el informe de su asistencia, dentro del cual el alumno podía aparecer automáticamente reprobado de la asignatura si es que no se presentaban por más de 2 semanas al curso. Por lo tanto durante las últimas semanas del semestre la cantidad de mails, reuniones, llamados y mensajes era interminable. Todo era parte de mi trabajo como coordinador por lo que a pesar que tenía muchas más cosas en mi agenda que la ayudantía, me tomaba el tiempo de estudiar cada caso para no perjudicar a ningún alumno, siempre bajo la premisa de creer que los certificados médicos, mails de profesores, cartas y otros justificativos eran reales.

Esta historia en particular es muy especial y extraña porque aunque es inevitable que dentro de tantos alumnos no exista alguna niña especial que te sea inevitable mirar cada vez que asistía a trabajar en el curso, mi rol de ayudante estuvo siempre bien definido y nunca me propasé con ninguna alumna.

Un día llegó a pedirme revisar su situación actual de asistencias, por lo que entré al computador, chequee su asistencia y vi que tenía una ausencia más de las permitidas por lo que le dije q su situación actual era de reprobada. Lo primero que me dijo que eso era imposible que a lo más podría haber faltado a 2 clases lo que ya sería mucho y que había asistido regularmente durante todo el semestre. Le ofrecí revisar su asistencia semanal de una lista escrita que se pasaba durante cada clase y que luego se archivaba en una carpeta grande. Se esperanzó mucho con la solución y me espero los 15 minutos que me demoré en revisar las cerca de 700 hojas que habían hasta ese entonces. Cuando terminé, le indiqué que no había error y que se mantenía su condición de reprobada, me dijo que eso no podía ser, que revisara nuevamente, le comenté que ya lo había hecho de manera minuciosa y que no había error, me rogó y accedí diciéndole que si lo haría pero que si no estaba anotada, no le daría más facilidades ni soluciones por hacerme perder el tiempo y no confiar en mi profesionalidad por lo que debería ir a hablar con el profesor jefe del ramo. Dijo que estaba segura que había asistido así que eso no sería necesario. Revisé nuevamente, ahora con más detención, tardando aproximadamente 20 a 25 minutos, nuevamente nada cambiaba de su situación. Me pidió revisar ella misma las listas a lo que me disgusté bastante y le dije que fuera a hablar con el profesor para resolver su caso que ya no le daría más posibilidades por caprichosa y mal criada.

Para resumir lo que le ocurrió con el profesor, él le dijo que hablara conmigo, que yo veía todos esos casos y tenía las facultades para resolver esos problemas. Ella le dijo que yo la había atendido mal, que no le quise dar más oportunidades ni soluciones y que no había sabido manejar la situación por lo que le había recomendado hablar con él directamente. El profesor que tenía mucha más experiencia en estas situaciones me mandó a llamar en ese mismo instante, yo me encontraba un poco ocupado pero al no saber de qué se trataba me dirigí inmediatamente a su oficina, me comentó lo sucedido y me pidió la versión de los hechos. En ese momento la cara de la alumna cambió y se sintió amenazada. Yo le conté lo que relaté un momento antes y el dirigiendo su mirada directo a los ojos de la joven le preguntó si era verdad mi versión, ella sin poder resistir la presión comenzó a llorar ligeramente y dijo que sí, que todo había sucedido de esa manera, que ella no podía reprobar nuevamente el ramo porque su padre la castigaría muy duro y era probable que la hiciera salirse de la carrera por sus constantes faltas en los distintos ramos. El profesor miró el reloj y anunció que tenía que retirarse, antes me miró y me ordenó solucionar la situación a mi criterio y que le informara la última decisión. 

Desde que el profesor salió, la chica comenzó a llorar, se acercó a mí y de rodillas comenzó a suplicarme que por favor no podía reprobarla, que haría clases extras, recuperaciones, trabajos, lo que fuera con tal de aprobar la asignatura. Yo le dije que de los 600 alumnos que habían en el curso, cada uno podría inventar una muy buena excusa para recuperar sus inasistencias, pero que las reglas estaban dadas desde antes y que ahora la responsabilidad sobre mi criterio podía determinar mi continuidad o eventual desvinculación del área de inglés. Entendí que el problema principal no era tanto su cargo de conciencia o tener que reprobar el ramo, incluso tener que hacerlo de nuevo, sino el miedo que le tenía a su padre. Un poco avergonzada y luego de muchas súplicas, argumentos y contra argumentos de ambas partes, me confesó que su padre la castigaba muy duro cada vez que algo así sucedía, que preguntaba constantemente en la universidad sobre sus notas, comportamiento y otras situaciones. Cuando comenzó a relatarme lo que su padre le hacía sentí como un escalofrío recorría mi cuerpo y comencé a imaginarla en los momentos de los castigos. Ya no estaba prestando atención a lo que ella describía, sólo la observaba e imaginaba, de pronto desabrocha su pantalón, da media vuelta y me muestra sus nalgas maltratadas desde el último castigo hace 2 días atrás. Estaba anonadado, no entendía en que momento pasó eso. Volví dentro de mí y le ordené vestirse ya que me encontraría en graves problemas si alguien entraba a la sala.



Se vistió, la miré y le pregunté si ella le había comentado a alguien de estas situaciones, a lo que respondió que no y que le daba muchísima vergüenza hablar de este tema, era algo tabú para ella. Luego le pregunté si creía que merecía los castigos que su padre le propinaba y me dijo que algunas veces sí. ¿Y ésta vez?, me miró un instante, bajó su mirada y comenzó a llorar nuevamente de manera suave. ¡Sí, lo merezco!, - Entonces, ¿Cuál crees tú que es la solución en este caso? - Guardó silencio un momento y dijo, no puedo reprobar el ramo, pero merezco mi castigo, podrías darme tú el castigo y dejarme recuperar una semana de asistencia. Ya en ese momento no podía más, eran muchas coincidencias que me estremecían y descolocaban por completo, era muy tarde para decir alto.


-Muy bien señorita, me parece consecuente su decisión, entonces traiga esa silla que está allá, póngala en medio del salón y quédese de pie junto a ella. - Me miro sorprendida, y un poco temerosa accedió a cumplir la orden. Una vez terminada la primera instrucción, fui hasta donde estaba ella y me senté en la silla, a lo que vino la segunda orden, - Sobre mis rodillas con las manos en el suelo - Estaba completamente sorprendida, una vez sobre mis rodillas, puse mi mano sobre su trasero y comencé a explicarle que su castigo consistiría en 30 nalgadas que debería contar en voz alta indicando el número del palmazo acompañado del lado del trasero en el cual había sido aplicada. Cada vez que no dijera el número de la nalgada antes de que callera el próximo azote, ganaría cinco nalgadas más, si se equivocaba de número o de lugar de la nalgada, tendría que quitarse una prenda de vestir que yo le indicaría. Una vez que pasaran las 30 nalgadas terminaría esa parte de su castigo. A penas recibí una aprobación de las instrucciones, levante mi mano de sus nalgas y deje caer el primer azote que sonó fuerte y seco. -¡Uno!-, espere unos segundos, -Uno ¿Qué?- Cada vez que empezábamos de cero le avisaba, cayó el segundo azote, -¡Uno!, derecha-, acaricié su trasero y dejé caer otro azote más fuerte que el anterior, -¡Dos!, derecha-, y poco a poco comenzó a subir la intensidad de los golpes así como la frecuencia, nunca se imaginó que podía nalguearla tan fuerte por lo que en el azote 20 tardó demasiado en anunciarlo en voz alta por lo que cayó el siguiente, lo que la confundió y dijo el número equivocado. -Bien, has cometido dos faltas, no contaste una nalgada y contaste mal la otra, por lo que sumaremos 5 golpes más y deberás quitarte tus pantalones.- 

No entendía que nivel de castigos le daba su padre pero en todo momento se mostraba sumisa y obediente frente a mis órdenes, de seguro que esto no era nada con lo que le esperaba en su casa si llegaba a reprobar el ramo. A estas alturas ya comenzaba a sentir como mi cuerpo reaccionaba al verla desvestirse frente mío, sacándose su pantalón y arrojarlo al suelo. -¿Que acaso usted va a dejar su ropa tirada y desordenada en el suelo?- Pregunté. Me miró fijamente, dio media vuelta y se agachó para recoger su jeans sin flectar las rodillas, lo que causó una inmediata erección en mí. Volvió hacia mí y le ordené volver a mis rodillas, al agacharse para retomar la posición, pasó su mano "casualmente" por mi miembro, y sintiendo su dureza al apoyar sus manos sobre el suelo y levantar su trasero me miró de manera provocadora y sonrió. -Con que te está pareciendo divertido esto al parecer, tendré que ser más severo contigo.- comencé a nalguearla con una frecuencia que le impedía contar los impactos e indicar el lugar en donde eran aplicados, por lo que decidí detenerme, y desabrochar mi cinturón. Al percatarse de lo que estaba sucediendo, trató de cubrir su trasero semi desnudo con sus manos, primero le advertí que si volvía a poner sus manos cubriendo sus nalgas comenzaría el castigo desde cero, pero no fue suficiente para conseguir que las quitara. -Muy bien, o quitas tus manos o te quito tus calzones.- La vista que tenía de tu trasero en ese momento era realmente hermosa, tus nalgas enrojecidas contrastaban perfectamente con tus calzones blancos semi transparentes de niña pequeña. Ya con el cinto en la mano, le di un par de vueltas a mi palma para que fuera más manejable, te ordené por última vez quitar tus manos y comenzó nuevamente el castigo. Cayó el primer azote y un gemido espontáneo salió desde tu boca, -Veintiuno.- Lo pensaste un momento, -Derecha.- En ese momento, y aprovechándome de las circunstancias, le dije que no sólo al indicar un lado implicaba que sería derecha o izquierda, en este caso fue el centro, por lo que debería quitarle la única prenda que protegía su desnudez. Protestó bastante en ese momento, por lo que le dije que si no estaba de acuerdo podía vestirse y retirarse, que no había ningún problema, sólo que volvería a su condición de reprobada en inglés.



Se levantó de mis piernas, y sin mirarme directamente llevó sus manos hacia sus calzones. Comenzó a bajarlos lentamente hasta quedar completamente desnuda desde la cintura hacia abajo. En ese momento no podía disimular la erección que me acompañaba por lo que le ordené dar media vuelta y apoyar su cuerpo sin flectar sus rodillas sobre la mesa del profesor. Luego de que se volteara recién me levanté para terminar el castigo, en esta etapa le ordené sólo contar en voz alta.

Una vez cerca de ella, acaricié su dolorido trasero y no se opuso, de hecho parecía disfrutarlo. Contemplé su trasero al desnudo, tomé el cinturón y comencé con la última parte de su castigo. Esta parte estuvo marcada por sus gemidos, quejidos y suspiros. No opusiste resistencia ni desobediencia, con cada golpe que caía sobre tus desprotegidas nalgas, se marcaba una ligera línea rojiza sobre tus delicadas nalgas. Cuando quedaban 5 golpes, sentí que llorabas de manera silenciosa, sentí ternura. Me acerqué a tus nalgas, las acaricié de manera cariñosa. Saqué una loción humectante que traía con mi bolso, la apliqué con cuidado sobre tu trasero, tomé su ropa, y la ayudé a vestirse. Ella se dio media vuelta y me besó apasionadamente durante largo rato y me dijo que desde que me conoció siempre había deseado ser castigada por mí. -Procuraré buscar la forma de provocarte nuevamente, sólo deja que mis nalguitas se recuperen de tu castigo.- Comenzaba así una relación maravillosa.

2 comentarios:

  1. Chica lista, supo ver que el ayudante de inglés la daría la lección que tanto necesitaba.
    Ojalá yo hubiera encontrado un profe así, mis notas hubieran sido mejores, jeje

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  2. Nunca es tarde para estudiar, no pierdas la esperanza de encontrar un profe, o en su defecto un ayudante, así.

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