Por fin llegaba de su viaje, su padre le había
regalado a toda la familia un crucero por Europa con un viaje de 20 días,
justo coincidía con mis vacaciones y me quedaba solo.
Llegó el día de su regreso y la
necesitaba demasiado. Cuantas noches pensando en ella y soñando con su cuerpo.
- Me la vas a pagar muy caro por haberme dejado
sólo -
- sabes
que no te tengo miedo - respondía desafiante
Llegamos a su casa, arregló sus cosas, dormimos
un rato y le propuse salir. Fuimos por unas copas, y luego de una noche de
alcohol y baile nos fuimos a mi departamento, ahí estaba todo preparado.
Entramos a mi pieza y estaba adornada con velas, flores y varios implementos de
castigo, entre ellos cinturón y paleta, además de algunos elementos más
atrevidos como un bozal de bola ajustable, cuerdas y esposas.
Me fijé en su expresión al ver primero las
flores y velas, seguido del cambio rotundo de su rostro al percatarse de los
implementos de castigo. – ¿Qué es todo
esto? –
Sin más le pregunté - ¿Será por tu propia
voluntad o tendré que usar más implementos de los necesarios? –
Me miró desafiante. – No tengo todo el día para
recibir una respuesta, ¿Te parece poco haberme dejado sólo en mis vacaciones,
sumando al estrés del primer semestre que nos mantuvo casi sin vernos? –
-¡Estás loco!- me dijo, y cerró la puerta de la
habitación detrás de sí. La abrí rápidamente y la vi recogiendo sus cosas para
irse. Contrario a lo que ella creía, en vez de decirle algo o impedir que se
fuera, la dejé.
….
Me llamó al otro día y no contesté, me mando
mensajes, correos y nada. En la noche y después del trabajo llegó a mi
departamento cuando no estaba y al volver a casa, me esperaba con una rica cena
y un traje de sumisa. No sé de donde lo sacó, jamás lo había usado, pero le
quedaba impresionante. Una faldita muy corta, unas medias de fibra con diseño
hasta el muslo, portaligas y un corsé que resaltaba sus pechos hasta volverlos
completamente irresistibles.
-Con que ahora recibes tus castigos cuando se
te antoja, hoy no tengo ganas de nada, tuve un día terrible en el trabajo y lo
menos que quiero es gastar más energías en enojos, mañana tengo un día
difícil.- Ya la tenía bajo control.
- pero…
-
-Gracias por llamarme y querer remedar en parte
tu error, pero hoy no.- Me fui a la habitación y me acosté a ver televisión.
Como muestra de su arrepentimiento y
demostrando todas las ganas que tenía (no de recibir el castigo, sino el
consuelo posterior), levantó su diminuta falta, bajó sus colaless y con sus
manos detrás de la nuca se puso a un costado del televisor, mirando hacia la
pared.
Terminé de ver mi programa y me dirigí al baño,
la tome del brazo y la acomodé sobre la cama, con la cara en la almohada, y con
varios cojines debajo de su pelvis logrando que su trasero quedara muy
expuesto.
-Espérame ahí niña mal criada.-
Tardé bastante en el baño y luego me dirigí a
la cocina, y comencé a preparar el arma secreta. Basado en varios blogs amigos,
había conseguido jengibre que no tardé en preparar, además de unos cubitos de
hielo de jengibre que había fabricado de manera artesanal.
-Muy bien señorita, ¿Cuál de todas sus faltas
quiere pagara primero?-
Ya sabes las reglas, si quieres hablar tendrás
que pedir permiso, ahora te referirás a mi como señor y contarás cada uno de
los azotes mencionando además el lado en el cual esta es proporcionada. Esperé
un momento y le di el primer azote con el cinto. –No escucho la respuesta-
- uno,
derecha. -
-Aún no escucho la respuesta si entendiste las instrucciones.-
segundo azote
-¡Sí señor!, dos, izquierda.-
-Muy bien, separa tus piernas y levanta la
cola.-
Desde esa posición podía ver todo su cuerpo
entregado completamente a mí, la sensación de control me excitaba sobremanera,
pero debía controlarla.
Tomé un dedo del jengibre preparado en la
cocina con forma de tapón, y lo acerqué hasta su agujero. Con ayuda de vaselina
líquida aplicada directamente sobre ella, introduje lentamente la corteza hasta
que quedo fija con la concavidad de su extremo. Note que se inquietaba, jamás
había usado el jengibre en nuestras sesiones, y noté tu inquietud al no poder
determinar a priori de que se trataba. No te gustaba mucho que me dirigiera a
esa zona en particular y aprovechando mi “enojo” sabía que no reclamarías.
No exenta de gemidos, el jengibre comenzó a
hacer efecto y al pasar mi mano por tu entrepiernas, noté tu excitación. – Con
que el castigo te excita. Vas a aprender a no ser tan malcriada e inconsciente.
–
Sentías el efecto del jengibre, que si bien no
podría describir, sospecho que no te desagradaba del todo, pero te hacía
mantener tus nalgas bien expuestas.
Te levanté y ordené ponerte sobre mis rodillas.
Comencé con los azotes, que si bien no tenían
mucha fuerza, eran constantes y rápidos por lo que te costaba mantener el ritmo
entre números y direcciones.
- Tres,
derecha, cuatro, izquierda, cinco, izquierda, seis, derecha… - No tardaron
las equivocaciones, primero en la ubicación y posteriormente en el número.
Sabía que no eras buena con las matemáticas y siempre te hacía caer de esa
forma.
Por cada error, cambiaba de implemento y
empezábamos nuevamente, por lo que la concentración era tu única escapatoria.
Luego de un instante comenzaste a sollozar y tus nalgas tomaban un color burdeo
intenso.
Luego de pasar por todos los implementos,
dejando unas pequeñas marcas con cada uno de ellos, rompiste en llanto, te
ordené levantarte, quitarte el jengibre y ponerlo en el congelador. Al volver,
te mande pararte de frente a la cama y apoyar tus manos en el colchón sin
doblar las rodillas. Te observé largo rato, tus nalgas en esa posición y con
ese color del castigo se veían hermosas. Comencé a hacerte el amor, lentamente
al principio y más rápido después. Cuando estabas a punto de acabar te ordene
ir por el jengibre y enjuagarlo en agua. Sin entender lo hiciste, me lo pasaste
y te ordené volver a la posición anterior. Cuidadosamente separé tus nalgas, te
notaba inquieta, lo introduje nuevamente. Volví a recostarme en la
cama y encendí la televisión. Te ordené besar mi cuerpo y entendiste el
mensaje. Me besabas sensual y fogosamente mientras el jengibre hacia su trabajo de manera
más intensa (producto del frío y el agua) y tus gemidos ahogados por mi pene
dentro de tu boca me hacían desesperar.
Antes de terminar, te ordené levantarte y acomodarte sobre la cama, apoyar tus rodillas y tu cabeza en el colchón, separar las piernas y
tomarte los tobillos con el culo bien expuesto. Con mucho cuidado até tus muñecas a tus tobillos y tu
cuello al respaldo de la cama. Quité lentamente el jengibre y comencé a penetrarte, al principio te quejabas mucho pero pronto comenzaste a disfrutarlo. De una embestida introducía mi pene hasta tus entrañas y luego lo sacaba por
completo, eso te excitaba mucho y te provocaba gemidos inconscientes. Te liberé de las
ataduras y nos fundimos en una noche de pasión que jamás olvidaremos. Al tiempo
me confesó que había sido uno de sus castigos favoritos y buscaba viajes cada
vez más largos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario